ENLAPUTACALLE

Los satelukos hemos creado este blog para que todos podamos votar y seleccionar el mejor discurso de despedida, porque aquí sí podemos elegir. Ya sabéis que en el satélite cada día echan a un compañero, así que no perdáis la oportunidad de decir la última palabra. Que no nos gane la desidia. ¿Quién se atreve a romper el silencio?

Sunday, October 01, 2006

LA SAGA DE LAS TRES SOÑADORAS

Los sueños empezaban siempre igual: escuchando los lamentos, los llantos de los niños quemados… ó los gritos angustiosos clamando por una gota de sed.
Lo sabían, percibían que eran personas antaño, ahora convertidas en animales; buscando refugio en cavernas bajo la tierra, o en cualquier hueco, para poder sobrevivir a una lluvia negra que les arrancaba la piel a tiras.
Y despertaban todos en Fant- Asia con la misma urgencia: la de salir corriendo en busca de ayuda… porque sabían que existía esa ayuda, y no precisamente en ese mundo oscuro que vivían en sus sueños.
De todos los personajes y habitantes del mundo Fant-Asia, sólo tres reaccionaron a la llamada de aquellos sueños recurrentes con la urgencia de a quien le va la vida en ello. Los demás al despertar o lo reducían a una simple pesadilla producto de la abundante cena o lo “olvidaban “convenientemente
Una fue Alsira Alej, del Pueblo Errante: melena castaña, ondulada y larga, ojos negros rasgados. Siempre vestía con cómodos pantalones y casacas de colorido fuerte, que le permitían montar con holgura en la montura habitual de su Pueblo: los pegasos alados, de un blanco nacarado en pura competición con las perlas del Mar de Monal.
Otra era Bensalem Ajad pelirroja explosiva, como el fuego. En contraste con la apariencia salvaje de su físico y pese a desplazarse por el mundo de fantasía en un dragón mil colores, - de los más revoltosos a la hora de realizar picados y revueltas cuando uno menos se lo espera - siempre iba vestida a la perfección como correspondía a la Princesa Real del brumoso y verde país Scotiano
Y la tercera fue Muriel Orsini la más regordeta, con más carnecilla a decir de los enanos, pero también la más pizpireta, ingenua y bondadosa persona de toda Fant-Asia. A excepción del resto de su familia, los serafines, pero hasta entre ellos destacaba por estas cualidades. Siempre vestida a la última, con mucha elegancia y siempre, siempre recordando sus flores preferidas según la estación. Sus vestidos no le impedían montar, pues sus propias alas tenían la fuerza suficiente para viajar a la par que los diversos dragones de su mundo, sin ningún menoscabo en sus fuerzas o en su compostura.
Emprendieron el viaje desde sus respectivos países, con una visión común en sus mentes.
Todas habían visto el mismo inicio en el sueño: un monolito cubierto por la escritura antigua chainita, conocido en todo el planeta por la Leyenda que lo acompañaba. Según ésta desde allí se iniciaría el camino que desembocaría en la Unión con el Creador de toda Fant- Asia. Este era el fin y el deseo de todos los habitantes del mundo de Fant- Asia, pues todos sentían que les faltaba una parte fundamental de su ser.
Al llegar las tres al monumento supieron al mirarse a los ojos que el motivo que las había conducido allí era el mismo para todas: conseguir salvar a los seres de sus sueños.
Comenzaron a compartirlos tras las presentaciones adecuadas, según las reglas comunes y las particulares, lo que les llevó su buena media ar´, y tras una frugal cena de leiras alrededor del fuego invocado por Bensalem.
Descubrieron las semejanzas de los mismos y decidieron iniciar en común la búsqueda de los tres objetos que cada una por separado tenía grabado en la memoria tras tan intensas repeticiones.
Bensalem veía siempre una Llama constante, y pensó en un principio que estaba relacionada con la habilidad natural de los scotianos de invocar mágicamente el fuego, la lluvia, el viento, el rayo…. en definitiva todos los elementos de la naturaleza. Aunque comprendió al terminar de relatarse mutuamente los sueños que esa imagen era algo metafórico, no limitado a su persona sino a la de los Otros.
Habían decidido denominarlos de esta forma para evitar evocar todas las horribles imágenes que sufrían durante las noches, aunque el primero que se les vino a la punta de la lengua era el de los Sufrientes… o similares.
Tanto Alsira como Muriel llegaron a la misma conclusión con sus respectivos objetos: una Perla nacarada para la primera, que pensó estaba relacionado con la propia habilidad mágica de poder atravesar cualquier materia, mar, tierra, aire, sin asfixiarse, moviéndose como si fuera un habitante más del medio . Realmente no necesitaban usar los pegasos alados en su pueblo pues al tener esta habilidad podían volar como las aves, pero sentían un gran e inmenso cariño por estos seres.
Y una blanca Ruyial, la flor preferida de la segunda era el tercer objeto: de pétalos sedosos y suave fragancia, era la favorita de Muriel porque resumía la belleza incuestionable y objetiva de todas las flores por ella conocida.
En su caso ella no lo relacionó con su magia particular, sólo la consideró como tal, como la más bella de las flores, pues ella “sólo” podía acelerar el proceso natural del crecimiento, contagiar su risa al que la escuchara, sanar a los enfermos…
Finalmente vieron que sus sueños les conducirían directamente a la zona más oscura y peligrosa de su idílico mundo. La única zona de toda Fant- Asia donde la mayoría de los seres mágicos no se atrevían a poner un ala: en la llanura de Asolam.
Esta región estaba completamente cubierta de magma liquido salvo en aquellas zonas donde la lava solidificó decenas de siglos antes y que fueron respetas por los diversos movimientos sísmicos provocados por el volcán Ur.
Era en este desolado paisaje donde sobrevivían los Innombrables, los expulsados de cada país por practicar para su propio provecho las diferentes magias existentes, perjudicando a sus congéneres o al medio que les acogía. Todos sin excepción degeneraron paulatinamente en semejante infierno, tanto física como mentalmente. Hasta su magia degeneró siendo sólo capaces de invocar la destrucción en todas sus variantes.
Recuperaron sus monturas tanto Bensalem como Alsira, mientras Muriel comenzaba ya a batir las alas. Emprendieron el viaje sin querer volver a soñar: no descansarían, sólo sufrirían si lo hacían y estaban cada vez más seguras que el único descanso verdadero lo alcanzarían al finalizar el camino comenzado desde el monumento chainita.
Según se aproximaba el amanecer, en su viaje hacia el este vislumbraron la oscuridad de Asolam. Hasta llegar a ese punto habían cubierto sin ningún problema los sucesivos reinos de Antalam, Elrey y Azkuram de las diversas razas de elfos del bosque, del agua y de la tierra. A estos últimos se les podía confundir con los enanos, al ser un poco retaquillos y estar cubiertos siempre de tierra, pero eran inconfundibles con sus orejas puntiagudas y sus caras barbilampiñas…
Sobrevolando ya la llanura de Asolam, sus habitantes infernales les plantaron batalla, arrojando tal cantidad de surtidores de lava que finalmente tuvieron que desistir, y dejar partir a sus monturas, pues Bensalem no podía detener con la lluvia y el hielo invocados a través de su magia a todos los géiseres de lava levantados en su camino.
La única opción racional que les quedó fue crear una burbuja con el poder de Alsira y el aire de Bensalem, para protegerse de la lava al desplazarse por la superficie o los ríos de magma. Alsira podría haber continuado sin ningún tipo de protección, tanto andando por esta llanura como volando y cruzando los géiseres, pero las delicadas alas de Muriel no habrían resistido semejante calor.
Durante todo ese día mantuvo la protección para sus compañeras y caminaron en su interior, haciendo rodar la esfera. Pero la magia requiere concentración y descanso, y aunque Muriel refrescaba y fortificaba los cuerpos de sus compañeras mediante su poder curativo no se podía mantener en activo durante largos periodos de tiempo.
Finalmente Alsira tuvo que desistir de mantener activa la esfera que las protegía, aunque por suerte fue a ceder justo en las estribaciones del volcán Ur, su objetivo. Allí les esperaba una multitud de demonio, trollocs, gigantes... todas las variantes que pudieran imaginar o haber escuchado en los cuentos narrados por sus abuelos. Su desánimo y la escasa fuerza que tenían fue tal que a Muriel le comenzó a dar su risa tonta de pura desesperación. En ese momento, y delante de sus asombrados ojos, los asolamitas comenzaron a explotar: en cuanto escucharon aquella risa contagiosa de la serafín y al ser la primera carcajada que soltaban en siglos su ser maligno parecía que no podía soportarlo y escapaba como podía, así que... explotaban. Esa es la explicación más lógica que lograron dar al fenómeno una vez pudieron retomar fuerzas tras la escalada final de la montaña.
En el hueco más recóndito de una profunda caverna, iluminada por la lava que corría entre profundas gargantas, se hallaba un altar formado por la misma piedra azulada del legendario monolito chinita. En él encontraron los tres objetos soñados: la llama, la perla y la flor. Y sin cruzar palabra entre ellas, tras una mirada, colocaron sus manos a la vez sobre los objetos.
Un resplandor intensísimo las cegó, y al segundo se vieron sumergidas nuevamente en los angustiosos sueños que las condujeron esta aventura. Vieron como las cualidades representadas por los objetos, su magia, se derramaba como lluvia bendita sobre los Otros: la pasión y amor por el universo y todo lo que contiene de la Llama constante; la justicia y el equilibrio para asentar la verdad objetiva, como objetiva era la belleza de la flor Ruyial; y finalmente la sabiduría necesaria para hacerlo contenida en la Perla nacarada.
Observaron como estas cualidades calaban en los espíritus de todos los Sufrientes, y en la misma Tierra que, a la vez y en su propia realidad, relacionaron con el Origen y el Creador. Y toda la magia se volcó y se unió a aquellos que sufrían, su mundo mismo Fant – Asia se fusionó aportando todo aquello que fue necesario para poder reparar las heridas.
Todos en Fant-Asia se despertaron comprendiendo que se había cumplido la Leyenda, y se sintieron plenos recorriendo junto con los llamados Sufrientes la Tierra; completos en su ser comenzaron a crear nuevos reinos en armonía.
Al menos durante unos miles de eones, pero lo que sucedió entonces no forma parte ya de esta aventura que pasó a los Anales del Planeta Origen como “La Saga de las Tres Soñadoras”.

NEREIDA

EN MEMORIA DE LOS VIVOS

Como cada medianoche, la luz se extinguió y todo quedó en silencio. Poco a poco los ojos de Christian se fueron acostumbrando a la penumbra. Parpadeó repetidas veces en la oscuridad para ahuyentar la sensación de inmovilidad que le daba el profundo silencio y trató de incorporarse de la cama sin hacer ruido. Tras vestirse con dificultad, llegó hasta la puerta de la estancia y se asomó al corredor. Nadie a la vista. Avanzó por el pasillo hasta la puerta principal del hospital. No había nadie en recepción y tampoco estaba el guardia de seguridad. Estarían en la cocina tomando un café como era su costumbre a esas horas. Finalmente alcanzó la puerta principal y salió a la calle.
El aeropuerto de Heathrow era un inmenso hormiguero de personas pegadas a bultos y maletas, como siempre. Fue esquivando la multitud hasta que alcanzó el stand de British Airways para pedir los billetes para el continente. Al llegar al mostrador notó un golpe que le hizo perder el equilibrio hacia un lado. Se giró inquisitivamente y se encontró con unos preciosos ojos color miel que le miraban, avergonzados:

-“¡Ay! ¡Perdona!” –le decía sonriente una guapa chica con aspecto desaliñado-. “¿Eres el último?”

-“Nada nada” –dijo Christian-. “Sí que lo soy, sí” –le contestó con mirada divertida.
Para su grata sorpresa, los asientos asignados fueron contiguos en el avión. Durante el vuelo, Sarah le contó que era profesora de arte en una Academia de Praga y que volvía de pasar unos días en Londres. Christian no paró de hacerle preguntas durante el trayecto. No sabía por qué se encontraba en aquel vuelo a Praga y hablar con Sarah alejaba la extraña sensación que le producía el estar siendo guiado por un cordón invisible que le mostraba el camino a seguir. Desde que se despertó en el hospital aquella mañana le había invadido una gran confusión acerca de sí mismo. No recordaba más que su nombre y no sabía muy bien qué era lo que hacía allí. Únicamente sabía que tenía que marcharse.
Cuando llegaron al aeropuerto de Ruzyne de Praga y mostró su pasaporte fue detenido por un control de seguridad y le invitaron a entrar a un despacho en un perfecto checo que él entendía mejor que el inglés. El documento le identificaba como Christian Manethová, de nacionalidad Checa. El policía introdujo sus datos en el ordenador y allí apareció su ficha y fotografía. Al parecer, había desaparecido después de haberse visto envuelto de forma accidental en un tiroteo acontecido durante su estancia en Londres, le explicaron.
Tras las aclaraciones pertinentes, Christian se vio libre de preguntas y pudo salir del aeropuerto. Allí estaba Sarah esperándole con una amable mirada de complicidad y comprensión que le reconfortó. Intercambiaron las habituales preguntas con el fin de averiguar cómo podían verse de nuevo y Christian se despidió de ella dándole un cálido y suave beso en la mejilla, muy cerca de la boca, con la esperanza de que aquel beso marcara una impronta que pudiera escapar a su incómoda amnesia.
Un taxi le acercó al centro de la ciudad. Sus pasos le dirigieron a la Ciudad Vieja, Staré Mesto, donde encontró un hostal vagamente familiar en el que se alojó. Más tarde cogió el metro hasta Staromĕtská, y desde allí paseó, con más rumbo que incertidumbre, hacia la plaza vieja. Por un momento su mente pareció relajarse y liberarse del yugo de la extrema situación para dejarse llevar por la calurosa acogida con que su entorno le abrigaba a pesar de lo frágil de su identidad. Se permitió dejarse llevar unos minutos por el maravilloso sentir del turista y se abandonó a esa embriaguez eufórica que le recorre a uno cuando deambula por las calles de una ciudad inexplorada.
Al caer la tarde se adentró en el barrio judío y fue a la sinagoga Staronovám, la más antigua de Europa. Algunos visitantes salían cuando él entraba; quedaba poco para la hora de cierre. No obstante, cruzó la primera estancia con rapidez. Las salas estaban vacías y carecían de objetos decorativos, exceptuando las paredes. Según la historia de la sinagoga, en las paredes se encuentran escritos todos y cada uno de los nombres de las víctimas judías del nazismo residentes en Checoslovaquia de tal manera que la totalidad del edificio se encuentra cubierta en su interior por un único y desconcertante tapiz manuscrito. Christian se detuvo brevemente en el centro de la estancia principal y respiro hondo. Estaba nervioso. De un giro saltó a unas escaleras que elevaban el nivel de la sala hacia un pasillo que la rodeaba a modo de claustro y se dirigió a un rincón de la pared donde se agachó y exploró los nombres escritos hasta que encontró el que buscaba: Alexei Manethová. Su padre.
Tragó aire abruptamente al intentar combatir el repentino flujo de recuerdos que se agolpaban, torpes, en su mente. Quiso salir a respirar pero no localizó más que una puerta pequeña a través de la que se vislumbraba un jardín que le condujo a un pequeño cementerio. Las lápidas se agolpaban, sin nombre, unas encima de otras por evidente falta de espacio. Desde 1478 se enterraba allí a las gentes judías. Se calculaba que podía haber enterrados unos 100.000 cuerpos. El terreno estaba plagado de diminutos montículos que parecían estar sobrecargados por los muertos que albergaban y que empujaban, hacia la superficie, imparables, provocando la destrucción de cualquier intento de dignificarlos.
Atravesó la maleza de tumbas, saltando sobre ellas hasta que se paró ante un trozo de lápida que reposaba contra el muro que separaba el cementerio de las calles de Praga. Cayó de rodillas. El único ruido que se escuchaba era el de ronroneo de los grillos y el de algún motor lejano. Bajo la lápida halló semienterrada una caja de latón oxidada. Sus manos temblaban mientras abría la lata y vislumbraba lo que parecía papel en su interior. Se disponía a desdoblar el papel para desvelar su contenido cuando oyó un extraño clic metálico cerca de su oído derecho.

-“Dame la droga, Christian”- dijo Sarah apuntándole con una pistola a la cabeza y con voz temblorosa.

-“Pero, ¿qué dices Sarah? ¿Qué es lo que pasa? –respondió él.

-“Ya lo sabes, la droga que robaste en aquel tiroteo en Londres. He seguido tus pasos desde entonces” –repuso Sarah.

-“Estás equivocada, déjame que te explique”

-“Lo harás. En comisaría”.
Pasaron la noche en la comisaría de una desvencijada calle a las afueras de Praga. Christian no paró de repetir lo que él consideraba su historia, dado lo poco que sabía de sí mismo. Acabaron permitiendo que volviera al hostal al menos por esa noche. Sarah le acompañó y, cuando Christian le pidió que subiera a su habitación a tomar algo, pudo leer el desconcierto en su mirada. “Estoy de servicio, no puedo” –dijo. “Un comienzo al menos”, pensó Christian. Sonreía mientras subía las escaleras y jugaba con un papel que llevaba en el bolsillo de su pantalón. Paró en seco, sacó la hoja tan rápido como pudo, la abrió y la leyó: AÚN NO ES TU MOMENTO CHRISTIAN. TE ESPERAMOS.
Un pitido agudo seguido de latidos intermitentes inundó la habitación del hospital. Christian abrió los ojos y pudo ver como varias enfermeras le rodeaban con rostros de preocupación y sorpresa. Había permanecido en coma varias semanas, pero aún no era su momento. Así se lo había dicho su padre, fallecido hacía ya 17 años. Ahora lo recordaba todo perfectamente. Sonrió a una enfermera con ojos color miel que, de repente, le pareció extrañamente familiar.

OFELIA