FIN DEL CAT
Ya iba siendo hora de que las campanas repicasen en nuestro honor en lo que respecta a nuestra relación con el cat. En mi caso, menos mal que ahora pertenezco a la empresa más grande del país, he pescado un pellizco y firma mi nómina el no sé quién subdirector del INEM: final feliz, yo me voy a gusto, los que demandaron a la empresa se van a gusto porque han sido sogecableros aunque sólo haya sido por resolución judicial motivada y sin ni un solo día de trabajo efectivo como tales, pues el chiringuito ha chapado.
¿Y ahora qué? ¿Vamos a echar de menos a los pencos que nos llaman, botarates desprestigiados que consuelan sus penas en fútbol, playboy y cine cómodo? ¿O a esos viejecillos que juegan al playing y que no saben cuál es el botón ok del mando? ¿Quizá a esos sabelotodo que amedrentan diciendo ser abogados, políticos, empresarios autónomos, que avisan por si acaso que la conversación está siendo grabada? ¿A esos mentecatos ahogados por la pasión futbolera que no les carga el partido y comienzan a insultar? ¿A los engreídos, chulos baratos, barriobajeros de clase media alta a base de cofidis, mujeres muy de sus maridos que les hacen llevar el teléfono a la oreja porque se les acaban los argumentos? ¿A los que debían dinero y decían que cómo era posible si tenían pico millones en el banco? ¿A los amables, a los educados que de veras los hay? ¿O tal vez a aquella mujer canaria con voz hiperdulce que me invitó a bajar a su paraíso aludiendo tener un par de hijas como quesitos y además solteras? Pues... No. No echaremos de menos a nadie, el trabajo trabajo es y allí se quedó. Por qué hablar de usted, pues porque era una orden, ni más ni menos, no un capricho. Por qué atender... por dinero, otra cosa es que muchos lo hiciéramos mal y nos saliera humo por las orejas. Hay que joderse qué mierda de trabajo: todos dijimos lo mismo pero continuamos. Cada uno por lo nuestro, que si porque está muy mal el curro, que si no hay de lo otro, que ni de coña me meto a reponer o a cobrar al supermercado, teniendo una carrera, claro. Pero como siempre nos dijo nuestro colega bigotudo, España va bien. Y trabajos como este en los que se gasta vida y puro nervio se deberían pagar a precio de oro, mientras que otros trabajos en los que no se da palo al agua se cobra una pasta, claro que hay que tener enchufe, amistades, familia o aptitudes sexuales satisfactorias. Pero bueno, eso al fin y al cabo son ajenos a este cat que te crió, porque en este hay muchos beneficios que como siempre van para los que menos trabajan y encima putean.
Un trabajo insatisfactorio, desagradecido, desquiciante, aburrido, insípido y aún más importante: no valorado. Un trabajo cansado que genera estrés, mal comer, nervios, mal humor, mal dormir y hasta mal follar, supongo que no seré el único que lo diga, y por supuesto, mal pagado. Aprendimos a escuchar por si antes no sabíamos, a masticar y digerir conversaciones, dar vueltas a planteamientos, explicar sutilmente lo que no se podía decir muy alto, a mentir al cliente en muchas ocasiones y a odiar a nuestros jefes. Menudos cabrones han pasado por esta empresa, parecían salidos todos de un mismo patrón: el de un individuo sin estudios que ha caído bien a alguien o a saber según la rumorología, cada vez que me acuerdo de ciertas actuaciones estrellas de estos petarderos casi me hacen llorar. Todo se repetía y lo que más le gustaba a esta gente era tocar las pelotas. ¿Cómo coño habrían llegado allí? Nunca lo sabré, lo que sí supe es que después ascendieron más, llegaron a ser responsables de servicio y hasta comerciales de la empresa y todo ello sin saber hacer la o con un canuto y ni mucho menos bien su trabajo. La esperanza, aquella que nunca se pierde, siempre dirá que a cada uno le llega lo suyo, y a ellos también les llegará, claro está. Sin duda el aspecto más negativo del trabajo, aquellos que nunca supieron valorar a un trabajador. Por supuesto hay excepciones a la regla, conozco unas pocas personas que saben hacer un buen trabajo de mando, y por eso he seguido tanto en la empresa, claro.
Nos transformamos en psicólogos complacientes de nuestros clientes: les conocimos al dedillo, al tonto, al listillo, al espabilado, al viejete, al niño, al vergonzosillo comprador de porno, al amo dominante, al mafioso, al torpe, al incrédulo, al cabreado, al amable... Todo tuvo sus ventajas, hemos aprendido a tratar a la gente, a tener una conversación fluida en cero coma, a psicoanalizar con solo escuchar una voz.
Pero el aspecto más notable que tiene el condenado cat y con el que todos nos quedaremos es: nosotros mismos. He de dar un colofón grandioso a esta invectiva horrible que he soltado en unos minutos arguyendo que el cat ha sido algo bonito. ¿Quién no recuerda momentos buenísimos? Supongo que habrá muchos que no, especialmente si subyacen aún ante el yugo de supervisores gilipollas. A nivel individual diré que llevaba más de dos años muy bien, con unos coordinadores excepcionales –no les podría pedir más habiendo visto lo visto anteriormente- y con unos compañeros geniales. Han pasado a nuestro lado cientos de personas conocidas, simpáticas, agradables y otras no tanto, con las que aún guardamos amistad y que perdure, que perdure. Las amistades verdaderas nos durarán siempre y confío en que nos dure siempre.
Resta decir que aún subsiste el puto cat, continuamos allí y lo del paro aún es mentira, pero a ver si se va todo al garete y nos echan de una vez para opositar dignamente. Aunque llevo oyendo rumores de esos desde que entré aquí...
Ahora sólo le pediría a papá Pollanco que se dignara en complacernos, y si chapa la nave semiderruida esa a la que llaman cat y la traspone en otro lugar echándonos, que nos la preste el último sábado de cada mes con el fin de que las amistades cateras no se pierdan, podríamos hacer fiesta por todo lo alto: en la planta tercera, plan tranquilito, mesitas para comer y beber como cerdos y música en plan café del mar para charlar, respetando a los no fumadores en esta planta –olé-. Y en la planta cuarta que reine la oscuridad, el humo, las luces de las maquinillas de selecta para ver y la música a toda máquina más semejante a un antro de locura en el que todo sea posible. Y si el jefe quiere puede poner una barra de primeras marcas de bebercio y cotillones para rentabilizar el alquiler... ¿no? Ya que no nos lleva de crucero un miserable fin de semana al año –que le saldría gratis-... que se tire el pisto.
Estrellita catera
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